miércoles, 31 de enero de 2018

Decálogo del personal trainer

Decálogo del personal trainer:
1-Llegá puntual.
2-Asegurate de que en las suelas de tus zapatillas no haya caca de perro -ni caca en general- o barro.
3-Llevate tu propia botella de agua.
4-Observá todos los elementos y espacios de la casa y el jardín que podrían servirte para la clase: balaustradas, escalones, barrales, mesadas, pasamanos, rejas, pileta, árboles, paredes vacías, vestíbulos y pasillos, almohadones cilíndricos, almohadones, sillas, sofás, pelotas de tenis, sogas, el garaje, el dormitorio, el living, el family, la cocina, el patio, el parque.
5-Hacele ver a tu alumno o alumna que ese metro y medio cuadrado entre la cama matrimonial y el balcón, corriendo el plasma, no es el mejor lugar para obtener un buen estado físico.
6-Si tu alumno decide charlar de sus cosas, no aproveches para hablar vos de las tuyas. Si acaba de ser víctima de un atraco, no le digas que la semana pasada a vos también te robaron. No le quites escena ni argumentos.
7-Pero mantené claras las coordenadas del trato: el límite temporal de la clase y el costo básicamente. No aceptes ningún trueque. Yo lo hice con el dueño de una marca de ropa y me pasé veinte veranos viendo los mismos vestidos de flores azules y canesú bordado.
8-Planificá cada minuto de tu clase y estate listo para cambiarlo todo. En este sentido, una temporada de improvisación teatral puede ser más efectiva que todos los cursos de gimnasia y fisiología que tengas en tu haber.
9-No trates de imponerte cuando quieras erradicar del quincho a las mascotas y a los niños. La gente quiere creer que lo puede todo: hacer abdominalesacariciaralperrolavarlelaaraalhijo. No te inmiscuyas con sus culpas ni con sus amores.
10-Pero recordá que vos no sos otra mascota y tampoco un amigo. No dejes que te pasen una soga por el cuello, no aceptes invitaciones a cenar ni a la casa de veraneo.
Bonus track:
11-No te dejes deslumbrar por mansiones, autos de alta gamma, viajes a lugares exóticos, fajos de billetes en las mesas de luz. Quien tiene por delante la muerte nunca llega a ser del todo rico ni del todo exitoso. Tampoco hagas de este pequeño saber una bandera. La muerte no exime a los fracasados ni a los pobres, al contrario, a veces parece que los azuzara con su dedo implacable.
12-La compasión es un aire, un yuyo, una mirada que no se deja ver. Cae sobre el peón y el rey y también por afuera del tablero.
13-Da todo de vos y retirate a tiempo.



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martes, 30 de enero de 2018

Lorenzo


Lorenzo es más bien parco. No va por ahí sonriéndole a todo el mundo ni pretende quedar bien. El afuera hace bastante dejó de interesarle. Del conjunto de cosas del mundo rescata algunas guitarras, el color cambiante del río y las mujeres bellas. Del conjunto de mujeres bellas prefiere a las que son viejas, a las que son salvajes, a las que están locas y a mí. Nuestras veladas no suelen ser rutilantes. Como soy del tipo de las que trabajan las veinticuatro horas o, mejor dicho, como todo, absolutamente todo, lo convierto en trabajo, cuando sé que va a venir me anticipo con listas de temas a tratar. Los temas son menos importantes que sacarlo a Lorenzo de su mutismo. Una vez que engancha, esparce historias de arena sobre los platos y hay que ir a buscar lo que comíamos a playas lejanas. A mí me toca eludir el punto en que la conversación se independiza de nosotros y empieza a picarnos como ronchas. Tenemos tópicos favoritos: política (yo muto a recipiente y él vierte conocimientos, hipótesis y lecturas sobre mi simulada oquedad), ecología (el momento triste de la noche), la monogamia y sus intermitencias (manifestándonos como indolentes expertos) y arreglos-casa (donde me despacho con un montón de requerimientos a su fuerza y sapiencia masculinas). Una vez que Lorenzo logra hacer pie en el territorio de las palabras, me da la espalda y se pone a preparar tragos: margarita, gin tonic, whiskola y uno que se llama bellini y se hace con duraznos. Todo un bartender. Yo le sigo hablando desde atrás como un mal sueño que no cesa. Poco a poco los tragos nos van ayudando. A él para no perder locuacidad. A mí para callarme. Si no bebí lo suficiente, incluso entre los almohadones que van cayendo, sigo hablándole de mis alumnos swingers o del vecino que tira su basura en mi vereda. Él finge prestarme atención y con disimulo me quita la ropa.



domingo, 28 de enero de 2018

El llamado


Estoy pensando en mi vocación. El "llamado" que recibí en la más tierna juventud y que me llevó a consagrar gran parte de mi tiempo al estudio de la anatomía humana, la fisiología del movimiento y la biomecánica para mejor responder a las demandas de, pongamos, un hombre como Julio Iglesias -a quien veré mañana. No fue el deseo de promover en la gente una mejor calidad de vida. Ése podría ser el slogan de Serecol, del agua mineral Villavicencio, o de Jaime Durán Barba en sentida carta a Mauricio. No. Lo que me llevó a dar clases de gimnasia fue un problema con mi trasero. Sentía que se me ensanchaba, que dos horas de concentración equivalían a un avance de cuatro centímetros de las nalgas sobre el asiento. Algunos llaman a este complejo que impide pasar largas horas en una silla, "hormigas en el culo". Para contrarrestarlo, a los diecisiete años peregriné hasta Luján sin ser devota y a los diecinueve empecé a bajarme del colectivo veinte cuadras antes de llegar a casa. En época de parciales hacía recreos de sentadillas y abdominales o salía a la terraza para saltar a la soga. Después volvía oxigenada a Marx y Engels, Claude Levi Strauss, Benjamin. En los pasillos de Sociales, los jóvenes más avanzados afirmaban que la carrera no servía para nada. Yo los escuchaba con cauteloso distanciamiento y pensaba que sí servía: mi cola día a día se venía abajo, tempranamente fláccida y celulítica.

     Todo esto quizá se deba al trauma que me inoculó un hombre del que estuve enamorada en extremo. Una amiga lo escuchó decir que yo estaba "fuerte" pero tenía el culo caído. Quizá empecé a tonificar con la vana esperanza de conquistarlo algún día. Abandoné a Barthes, a McLuhan, a Perelman y Olbrechts, para hacer de mi culo un orbe apolíneo sin otra capacidad que la de contenerse o ir perdiendo ideas y palabras.

     Lo peor es que incluso los culos, con el tiempo, se revelan, se achanchan aunque levantes tobilleras con los pies. Ellos quieren saber otras cosas del mundo, no son meros apéndices de amores por venir o destruidos.



sábado, 27 de enero de 2018

Las piernas al tuntún


Agenda de verano. Lunes 19 horas: Julio Iglesias. Objetivo del alumno: correr alguna cosa o a alguien. Alguna cosa: descartado. Para correr una pelota no me necesita. Planificación de la personal trainer: salimos juntos de la puerta de su casa previos movimientos globales de calentamiento. Yo empiezo a correr la coneja (en esto estoy bien entrenada) y Julio me sigue. Es importante que no me dé alcance (tengo que hacerlo sudar), que no me toque (no estamos jugando a la mancha) y que a la vuelta, sin dejar de trotar, responda a mis lozanas preguntas con resoplidos exangües.
La distancia profesional es una plusvalía perversa.
Ayer a la noche vino Lorenzo. Le comenté de mi nuevo alumno y el temor de no estar lo suficientemente entrenada como para dejarlo atrás. Se ofreció a que saliéramos a correr nosotros, así podía probar mi performance. Me sorprendió. Nos pusimos las zapatillas, movimos un poco los brazos para cualquier lado y las piernas al tuntún, y salimos a la calle. A las tres cuadras lo perdí. Completé igual toda la vuelta, la misma que pienso hacer con Julio Iglesias. Cada tanto giraba la cabeza. Por ningún lado Lorenzo.
Llegué a casa. Seguro que lo encontraba todo despatarrado mirando el Facebook en su celular o la tele.
Nada.
Fui al bar de la esquina. A veces, cuando se olvida las llaves, me espera ahí.
Apenas terminé de cruzar la avenida lo vi enmarcado por la enorme ventana del Seven. Tomaba una cerveza. Al otro lado de la mesa, reía una mujer.



viernes, 26 de enero de 2018

Sexo y botox

El ojito de la foto que posteé ayer es mío. Mi ojo derecho antes del bótox. La esteticista que me lo inyectó, mi ex cuñada, me aclaró que el bótox no levanta los párpados. Fui el invierno pasado a su consultorio de Nordelta. Lorenzo se quedó dando de comer a los patos. Había un bar y un estanque a la entrada de los edificios. Lorenzo es mi novio. Cuando salí, lo vi sentado a una mesa con una gaviota. Me miró con atención. Le dije que había que esperar, no hacía efecto enseguida. Y que no íbamos a poder tener sexo porque mi ex cuñada me había recomendado no poner la cabeza para abajo. Yo le diría cuñada, directamente, sin el ex, pero ella me presentó a su socia y a otras personas como "mi ex-cuñada" y ahora no la quiero ofender aumentando el grado de parentesco. De todos modos se comportó conmigo como si no fuéramos ex y me hizo un descuento importante. A las dos semanas tenía que volver por si había que retocar. Antes de que pasaran esas dos semanas le dije a Lorenzo que lo nuestro no podía continuar. No encontré ninguna línea de colectivos que me llevara hasta esa parte de Benavídez, así que para la segunda y última sesión, lo que me había ahorrado con el descuento lo gasté en remís.
 

Resultado de imagen para mujeres mirándose al espejo

No vayas presumiendo por ahí

Suena el celular. Es un número no agendado. Pueden pasar dos cosas con los números no agendados: que alguien quiera venderme algo -lo más probable- o que alguien quiera tomar clases. Como hace ya un buen rato que estoy sacando bichos de las correderas, decido atender. Los bichos me dan miedo cuando están vivos y asco cuando mueren. Una voz masculina pregunta por mí y por cómo lo hace sé que no va a venderme nada. Le digo que sí, soy yo. Él me dice que es Julio Iglesias. Me quedo muda. Mi mamá era fan del cantante, explica. Y también de Julio Cortázar. Y el apellido, bueno, me vino por mi papá, como vienen los apellidos en general. Digo que por un momento me sentí confundida porque no parecía español. El hombre se ríe. Ya está acostumbrado a confundir, dice, sobre todo a las mujeres. Miro el trapo sucio en la mano y de golpe quiero volver a mis ventanas con sus insectos moribundos. Marcela me pasó tu teléfono, dice. Marcela es una alumna de hace años. Necesitaría que me saques a correr, dice. Solo no puedo. Siempre corrí algo: una pelota, un tipo con una pelota para tacklearlo. Hablamos un poco más. Está casado. El matrimonio lo hizo engordar. Me pregunta por mis honorarios. Dice así: tus honorarios. Le digo. Quedamos. Cuando corto pienso que tendría que haberle cobrado más. Nunca me corrió un hombre. Supongo que hay que ser veloz. Y yo nunca lo fui.


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