lunes, 14 de mayo de 2018

Escritor busca cónyuge que lo mantenga

"Para el escritor o la escritora, no hay mejor manera de mantenerse que vivir de su cónyuge". (John Gardner, Para ser novelista). Tomá. Lo dice después de desechar las tareas de vigilante nocturno, portero, oficinista, profesor de secundario, guardabosques, profesor de escritura creativa y periodista que enumera como las que más cerca estarían de las necesidades de tiempo y energía de un escritor. Luego de rescatar el de "cartero en zonas rurales" como el mejor de los oficios posibles para el aspirante a novelista, tira lo del cónyuge.
Creo que al fin encontré una buena razón para casarme.
Lo que a Gardner no se le cruza por la cabeza es todo lo que tenés que aprender a callar cuando te mantienen.


domingo, 13 de mayo de 2018

Dilema

Me di cuenta de que mi religión son las listas de actividades que me impongo. Otros van al templo de la comida orgánica, o siguen los principios toltecas. Mi rigor son las listas: dar clase, escribir, limpiar, dar clase, salir a correr, investigar modos de entrenamiento, meditar, dar clase, buscar cuentos para los chicos del taller, teñirme el pelo, clase, reclamo Edenor, ir a Rentas (no estoy recibiendo boleta), clase, pasar por la imprenta, llamar al contador, clase, bañarme. Muchas veces Lorenzo me dijo que la limpieza de mi casa era más importante que él. Tiene razón. Hoy me puse como objetivo estar más disponible ante lo inesperado. Dejar mis listas de lado para que lo nuevo no sea vivido como una interferencia sino como una oportunidad. Pero yo sé lo que me espera al otro lado de un objetivo como éste: una voz que dirá "encontraste la mejor excusa para demorar eso que sí querés hacer, que sí querés cumplir: la excusa de estar disponible". Sostener el deseo propio agota, como todo monumento del yo. Seguir el deseo de los demás, dispersa y frustra. ¿Cuál sería la interface?


viernes, 11 de mayo de 2018

Pauls-Minujín

Acabo de leer la crítica que Alan Pauls hace a Tres inviernos en París. Diarios íntimos (1961-1964), de Marta Minujín y al fin entiendo por qué esta mujer siempre me pareció una especie de figurante bizarro que equivocó su rol y va por ahí con su pelo platinado y sus labios rojos dando alaridos para llamar la atención y que nadie se entere de nada más que de ella. Lo dice, lo va diciendo en toda la nota pero el remate es genial: "Minujín funda en esos tres inviernos en París ese peculiar narcisismo maníaco-maquínico que acaba con la sensibilidad, la empatía, la melancolía, el sentido crítico".
No me voy a comprar el libro de Minujín. Si el libro que reúne las críticas de Alan Pauls existiera, sería ése el libro que no dudaría en comprar. Cada crítica de Alan es una pequeña obra maestra de la literatura, un texto que remite en forma explícita a otro pero que es tan condenadamente bueno que uno podría quedarse ahí sin otro deseo que el de que pronto aparezca otra reseña suya (reseña es una palabra pobretona para lo que él hace, crítica es demasiado solemne). Alguien podría oponer que entonces la función de la crítica -llevar a un potencial lector hasta determinado libro- no se cumple. Pero es así con las cosas realmente buenas. Cuando estás enamorado, ¿importa tanto casarse? Casarse es una presunción que está en el futuro, justo cuando empezás a derrapar en el amor. Salirte de una crítica de Pauls para buscar el libro al que alude es un poco como salirte de la magia para buscar la magia. No. Yo quiero quedarme acá. Minujín acaba de importarme como nunca antes porque la mirada del crítico me la reveló, la hizo renacer para mí, sólo para mí. Sólo para mí ahora la artista es "tragable". Sin una gota de sensiblería, Alan me la dulcificó. No es que él haya hecho algo así. Lo hizo para mí en la intimidad del texto. Y eso hace un escritor para el lector que le está destinado.
Estos días de feria del libro hay mucha bambolla alrededor de figuras internacionales. No sabemos lo que tenemos. No sabemos lo que nos estamos perdiendo. Alan Pauls es lo internacional acá a la vuelta. Lo universal que habla nuestro idioma. Y no grita. No agita brazos ansiosos. No desacredita su propia escritura en esa especie de género menor en que muchas veces se termina convirtiendo el periodismo cultural o la crítica en manos de escritores que escriben para aparecer en vidriera. Muchos lo critican por arisco, porque no es tan fácil de abordar y eso se lee mal ("se la cree", dicen). Ojalá fueran más los escritores que sólo aparecen para decir lo que piensan. No lo que les sale decir, sino lo que vienen pensando, elaborando al margen de su obra pero sin disociarlo de ella.



viernes, 4 de mayo de 2018

La sonrisa de Sandra

Cuando me cruzo con algún famoso me pasa algo muy peculiar. Siento que yo también vengo de ese mismo mundo rutilante y a la vez secreto. Y ellos me miran, disimuladamente chasquean los dedos, tienen mi nombre en la punta de la lengua pero no llegan a pronunciarlo. Puede que hayan tenido un deja vu a futuro, ya me han visto, ya hemos sido presentados pero en un tiempo que todavía no llega con precisión a nuestros cuerpos. Entonces soy yo la que dice el nombre, la que los llama. Y todo vuelve a la normalidad.
Hoy venía de darle clase -es decir, en realidad, de no darle- a la señora Lebedev y al pasar por la puerta de la veterinaria vi a Sandra Mihanovich con un perro. No es la primera vez que me la cruzo. El año pasado la encontré en el supermercado. Empujaba un carrito vacío. Aquel día Sandra me sonrió y después bajó la vista. Es un gesto precioso que ella tiene y hoy lo repitió. Cuando te mira parece que te dijera: “Sí, soy Sandra, ya sé que me reconociste. ¡Hola! ¿Cómo estás?”. Todas esas cosas. Pero después baja la mirada por pudor o timidez o ambas cosas y sigue sonriendo pero por lo bajo. No tiene para nada una actitud defensiva como otros famosos. Le dije “Hola, Sandra”. Ella me dijo “hola”. Y eso fue todo. Pero su sonrisa se quedó conmigo y yo a esa sonrisa le estuve dando tarjetas de presentación toda la tarde. Después llegó la noche y me puse a preparar scons. Una vieja receta de Blanca Cotta. Mientras cocinaba busqué en YouTube videos de Sandra y toda una época volvió de la mano de sus canciones. Yo era muy joven cuando la descubrí y andaba por la playa con los auriculares de los viejos walkman esperando al gordito de gafas o la gente que nunca vio el sol. Cada paso y el horizonte entero estaban llenos de promesas y amores posibles. Muchas promesas y amores se cumplieron. Otros no.Todo lo que se cumple -pese a las advertencias de Truman Capote en Plegarias atendidas- sirve a la felicidad y al silencio. Con lo que no se cumple, en cambio, hacemos, o intentamos hacer, literatura. La felicidad tiene un temperamento muy, muy singular. No le gusta que uno le ande metiendo las manos o llenándose la boca de ella. No podés abalanzarte y decir "ahora sos mía". Huye despavorida. No encontré cosa alguna tan disponible y a la vez tan reticente. Ni que fuera famosa. Una vez tiré de su vestido y otra le pedí un autógrafo. Me dijo que no tenía dedos, que iba desnuda. Pero no me lo dijo con palabras porque tampoco tiene boca. Me lo dijo con la voz que tienen las cosas que se sienten.