Cuando me cruzo con algún famoso me pasa algo muy peculiar. Siento que yo también vengo de ese mismo mundo rutilante y a la vez secreto. Y ellos me miran, disimuladamente chasquean los dedos, tienen mi nombre en la punta de la lengua pero no llegan a pronunciarlo. Puede que hayan tenido un deja vu a futuro, ya me han visto, ya hemos sido presentados pero en un tiempo que todavía no llega con precisión a nuestros cuerpos. Entonces soy yo la que dice el nombre, la que los llama. Y todo vuelve a la normalidad.
Hoy venía de darle clase -es decir, en realidad, de no darle- a la señora Lebedev y al pasar por la puerta de la veterinaria vi a Sandra Mihanovich con un perro. No es la primera vez que me la cruzo. El año pasado la encontré en el supermercado. Empujaba un carrito vacío. Aquel día Sandra me sonrió y después bajó la vista. Es un gesto precioso que ella tiene y hoy lo repitió. Cuando te mira parece que te dijera: “Sí, soy Sandra, ya sé que me reconociste. ¡Hola! ¿Cómo estás?”. Todas esas cosas. Pero después baja la mirada por pudor o timidez o ambas cosas y sigue sonriendo pero por lo bajo. No tiene para nada una actitud defensiva como otros famosos. Le dije “Hola, Sandra”. Ella me dijo “hola”. Y eso fue todo. Pero su sonrisa se quedó conmigo y yo a esa sonrisa le estuve dando tarjetas de presentación toda la tarde. Después llegó la noche y me puse a preparar scons. Una vieja receta de Blanca Cotta. Mientras cocinaba busqué en YouTube videos de Sandra y toda una época volvió de la mano de sus canciones. Yo era muy joven cuando la descubrí y andaba por la playa con los auriculares de los viejos walkman esperando al gordito de gafas o la gente que nunca vio el sol. Cada paso y el horizonte entero estaban llenos de promesas y amores posibles. Muchas promesas y amores se cumplieron. Otros no.Todo lo que se cumple -pese a las advertencias de Truman Capote en Plegarias atendidas- sirve a la felicidad y al silencio. Con lo que no se cumple, en cambio, hacemos, o intentamos hacer, literatura. La felicidad tiene un temperamento muy, muy singular. No le gusta que uno le ande metiendo las manos o llenándose la boca de ella. No podés abalanzarte y decir "ahora sos mía". Huye despavorida. No encontré cosa alguna tan disponible y a la vez tan reticente. Ni que fuera famosa. Una vez tiré de su vestido y otra le pedí un autógrafo. Me dijo que no tenía dedos, que iba desnuda. Pero no me lo dijo con palabras porque tampoco tiene boca. Me lo dijo con la voz que tienen las cosas que se sienten.
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