jueves, 8 de febrero de 2018

Tapitas de cerveza en el fondo

Mi hermano Luka se casó con Dominique, la esteticista. Los dos primeros años vivieron en un departamento chiquito y oscuro. Después mi hermano compró un terreno en la zona de los lagos y enseguida otro, más adentro o menos peligroso. Hizo construir una pileta de doce metros de largo por cinco de profundidad. Los pileteros le cobraban una fortuna por limpiarla pero él cumplió su sueño de poder saltar de un trampolín y bucear tapitas de cerveza. Tapizó todo el jardín con grama bahiana y plantó tres cipreses junto a un cerco de caña. Les compró a los chicos un perro amarillo que perseguía ramitas, pelotas, huesos falsos. Dominique lo encerró en un canil para que no arrastrara a los invitados por el parque mordiéndoles los tobillos. Durante varios veranos se repitieron los asados en espléndidos domingos de sol. Era también una manera de recordar a papá. Todas las fiestas se pasaban en lo de Luka. Hasta que un día, Luka y Dominique se separaron.
Luka alquiló una casa en un barrio cercano para que los chicos pudieran llegar en bicicleta. Al principio me mostraba fotos y fotos de mujeres plásticas y exuberantes que le mandaban mensajes al celular. Nunca le pregunté si extrañaba el buceo doméstico o la casa del árbol donde durmió con sus hijos en las noches de luna. Sé que el perro amarillo hizo una huelga de hambre hasta poder pasar su lomo flaco por debajo del cerco. Entonces empezó a ir de una casa a la otra y salía a correr con mi hermano o se iba solo, detrás de algún sueño perruno. Un día lo atropelló un auto. Como en el collar tenía una chapa con el nombre y un teléfono, la chica que lo embistió bajó los asientos de atrás y lo llevó hasta la casa de Luka. Mi hermano no estaba. El veterinario tardó en llegar.
Enterraron a Zulú entre los cipreses y lloraron sacudiendo los hombros. La infancia para todos ellos -incluso para mi hermano- terminó ese día.
Una semana más tarde la policía llegó a la casa alquilada de Luka con una orden de allanamiento. Buscaban a un narco, necesitaban pruebas. Luka les mostró el contrato de alquiler y no los dejó pasar. Cuando los oficiales se iban apareció la chica que había matado a Zulú. Se llamaba Loreley y traía otro perrito amarillo entre las manos. Tenía los ojos llorosos. Le pidió a mi hermano que se lo aceptara.





No hay comentarios:

Publicar un comentario