Una semana atrás habíamos estado hablando con Lorenzo acerca
de la inconveniencia del videoclip y mencionó uno de Spinetta, el del tema La montaña. El estribillo dice: trepen a los techos, ya llega la aurora. Y
Spinetta, que fuera del rapto lírico era muy irónico incluso respecto de sus
propias creaciones, “ilustra” el tema en el videoclip con un ama de casa que
trepa a los techos seguida por quienes parecen sus hijos, ansiosa al ver llegar
una camioneta con la heladera Aurora, tan esperada. Toda la mística de la
canción se congela con esa heladera. El tono, aquello a lo que remite el tema,
la música, todo es cascoteado por un mal chiste. Como si Spinetta dijera: “ya
está, llegó la era del videoclip, hagamos algo que sea una cagada, que esté en
el mood idiota de los videoclips”.
Pero lo que termina bastardeando es su propia canción. Y yo le decía a Lorenzo que
con Calamaro me pasaba un poco eso también.
Pero después
me di cuenta de que no. El videoclip en Calamaro funciona como la teoría del
iceberg de Hemingway que tan bien conocen los escritores y quienes asisten a
talleres literarios. La poética de Hemingway se embandera con la metáfora del
iceberg. La punta es lo que vemos pero lo más importante permanece sumergido.
Las palabras del texto se vuelven fundamentales no por lo que dicen sino por lo
que lograron callar. La omisión hace que el texto estalle en sentidos, que se
potencie la densidad del lenguaje y el lugar del lector que repone eso que late
entre las palabras.
La canción es
lo residual de una historia que Calamaro nos deja entrever. El videoclip
permitiría asomar la cabeza a algún fragmento que pudo haber dejado su pegote en el frasco de la canción.
Videoclip
Verdades afiladas.
Entre dos imposibles.
Un taxista recorre la ciudad. Cada pasajero o par de
pasajeros que sube al auto, sube también una historia. El melancólico, la chica
con contracciones de parto, dos tipos duros, una pareja de hombre viejo y rubia
joven. Algo pasa con esa pareja. Por momentos parecen acercarse y por momentos
cada uno mira su ventanilla, ofuscado. No sabemos si el taxista conoce a la
mujer o si esa mujer le recuerda a otra. En cualquier caso, la mirada del
conductor sobre ella está cargada de
pasado. Es una mirada expectante pero la mujer está ocupada en las
contradicciones que mantiene con el hombre mayor del asiento de atrás. Hasta
que en uno de los viajes conjuntos, la chica, luego de un enésimo altercado,
busca en el espejo retrovisor la mirada, quizá incluso la complicidad, de quien
maneja. El taxista lo comprende enseguida y gira hacia el asiento de atrás para
encontrarse con ella -ya no a través del
espejo. Pero cuando lo hace pierde el control del auto y es embestido.
La canción.
Una mujer termina una relación y se despide a través de una carta. Quien la
recibe se encuentra atrapado por “verdades afiladas”. Hubiera preferido
despedirse con un beso. A partir de ahí, se baten a duelo la voluntad de
olvidarla y el deseo de que vuelva, de cualquier manera, siéndole infiel al
otro inclusive. Porque este hombre una esperanza no tiene: la de que ella
vuelva enteramente con él. Tiene en cambio algunas certezas: “si no existo a tu
lado, ya no existo”, “lo prohibido se permite mucho juego”, “confío en la
promesa del olvido”, “no va a ser igual con él”.
En la canción
ella no vuelve. En el video, ella (ella misma u otra ella) responde a la
solicitud de una mirada, pero cuando él va a confirmar su deseo (estar con
ella), algo pasa, un camión, un auto, algo pasa que hace que todas las
posibilidades (olvidar, encontrarse) estallen. El hombre queda solo y
malherido. Ensangrentado. Piensa si no sería mejor haberse muerto -o matarse.
Pero no muere.
Imposible la muerte, imposible el olvido, imposible el amor.
¿Qué verdad
puede ser más afilada que quedar atrapado entre cosas así?
(Dato curioso: Andrés presentará el disco el 2 de
noviembre, Día de Todos los Muertos. El disco se llama Cargar la suerte. Un guiño al mundo de los toreros. Sin embargo, no
replica el nombre de algún tema ni de un verso. “Cargar la suerte” es una técnica
pero a la vez es mucho más que eso. Para Calamaro funciona como metáfora de una
filosofía de vida. En tauromaquia “es una forma genuina y pura de torear
ofreciendo el cuerpo”. ¿Se ofrece el cuerpo el día que se muere? ¿O se muere el
día que lo retaceamos? Para el torero Domingo Ortega, no se toreaba sin cargar
la suerte, sin echar el cuerpo hacia adelante con la pierna contraria al lado
por el que viene el toro. Otros toreros opinan que la suerte se carga mejor con
los brazos. En todo caso, el objetivo es desviar al toro de su trayectoria y
alejarlo del terreno del torero. Andrés Calamaro sale a torear, presenta una
ofensiva a sus fantasmas pero no para trenzarse con ellos sino para no ser su
blanco o por fin alejarlos).
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