Ese año
yo me había reencontrado con mi mejor amiga de la secundaria. No la veía desde
el nacimiento de su hijo que ya había cumplido quince años. ¿Se habría cambiado
el nombre? Solía hacerlo cuando éramos chicas. Me aseguró que para mí seguía
siendo Haruka que en japonés significa “brisa distante de primavera”. ¿Y para
los otros? Depende, dijo entornando los párpados y mirando al bies un hilo de
agua que corría por la vereda.
Unos años atrás, me confesó en la calle aquel
día, había sufrido un surmenage. A partir de entonces dejó de bailar y dirigir
concerts y se convirtió en terapeuta. La palabra “terapeuta” se ha vuelto
misteriosa, un poco como “empresario”. El espectro de lo que abarcan es tan amplio
y ambiguo que cuando a uno le dicen “soy terapeuta” o “soy empresario” lo
primero que piensa es: “me están ocultando algo”. Lo cierto es que Haruka me
invitó a su consultorio para darme, dijo así, un masaje milenario.
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