lunes, 5 de febrero de 2018

Ciruelas polvorientas



Comer sobrantes de pan dulce tostado con manteca y tomar mate entre los mordiscos.
Ver haces de luz sesgada contra un fondo de árboles y pájaros solitarios cayendo en picada sobre pozos de aire quieto.
Tiritar a las ocho de la mañana en una pileta muy honda y sombría con alumnos que tienen puestas remeras térmicas de surfistas.
Tirarme al sol boca abajo sobre las lajas de un patio caliente.
Volver por una calle bordeada de tilos anticipándome a la felicidad de las horas vírgenes.
Esto es el verano.
Arrancar de un árbol ciruelas polvorientas y turgentes. Frotarlas contra el borde todavía húmedo de la remera y llenarme la boca de un sabor agridulce.
Por dos semanas no saber nada de Lorenzo. No querer saber nada.
Y entrar cabalgando a pelo en una soledad montaraz.
Leer. Con disciplina. Sin orden. De corrido. Salteado. Con voracidad. Con paciencia. Tratando de entender. Entendiéndolo todo. No entendiendo nada.
Escribir. Por inspiración. Por derroche. Por oficio. Por jugar. Porque tengo una historia que no se deja atrapar, que no quiere que la cuente como mía. Y otra inhóspita como un silencio ajeno que anhela que lo nombren.
Éste es nuestro año, me dijo Lorenzo antes de irse.
No sé en qué estaría pensando.





No hay comentarios:

Publicar un comentario