1) Ser más suelta con los libros. En lugar de poner el cuerpo entre mi biblioteca y sus ojos, permitir que mire y elija.
2) Bajar las aplicaciones Scanner, Linterna y Cómo sentirte en paz contigo mismo.
3) No darle expresas indicaciones de que los libros que le presto no debe pasárselos a otras personas, ni siquiera si se trata de miembros de su familia (especialmente si se trata de miembros de su familia).
4) Pedirle que me muestre cómo está haciendo los ejercicios que le enseñé (seguro que mal porque se fue con dolor de hombros y cintura).
5) No impacientarme cuando pondera novelas históricas o tetralogías fantásticas tan gordas como insustanciales que bien podrían haber sido escritas por un software programado por un hipnotizador de multitudes.
6) Ir a comprar pelotas, colchonetas, bricks de corcho y bandas de suspensión.
7) Aceptar que nunca tenga nada que decirme acerca de lo que yo misma escribo. Entenderlo no como una distancia que se abre entre nosotros sino como un puente debajo del cual yo puedo hacer lo que me da la gana sin que él se entere.
8) Diseñar un volante para colgar en facebook.
9) Ser más empática. Recordar que a mí tampoco me gusta su música, la menta granizada que siempre cuela en el kilo de helado, las medias tres cuartos que se pone con los bermudas, las uñas de sus pies.
10) Inyectar penta al sillón que están cenando noche tras noche esos gusanos con forma redonda y bien tontos que salen después a airearse y decoran mis paredes.
11) Entregarme a la evidencia de que el otro es siempre distinto a mis deseos y agradecer que pese a nuestra naturaleza impar, Lorenzo adore cumplírmelos (satisfacerlos es una palabra horrenda) sin que se le derrita un ápice de su palacio de menta.
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